29/8/16

Oceano (XIX): La Voz de los Testigos.

Con un cierre de puerta, el tiempo se asegura de transcurrir sin molestias, ampliándose hacia el infinito, en la oscuridad bajo el palio del espacio de la casa comunal.
Cuando las hebras de fulgor apagan sus danzas intercaladas sobre el enlosado, el vacío ante mi mirada llena el hueco, difuminándolo por los bordes en los que se resume el mundo, que se reduce al filo de mi piel, el goteo del silencio y el mortecino sol del opaco brasero.
En cuanto se desgrana con consistencia el tiempo, la oscuridad se crece y mi reino se convierte en el cuadrado, entrevisto a medias con la imaginación, de la tela con la que llegue, extendida sobre el empedrado.

Parece que ya nunca vaya a aparecer nada, que la existencia sea infinita o se haya detenido y sido extraída fuera del ritmo al que respiro, y sin embargo cuando la oscuridad enmarca el rostro de Pontos mirándome desde un metro de distancia, lo hace sin ningún trauma.

En él es siniestro el duelo, amplificado por la equivocación de sembrar, en un hombre que no esta hecho para ellas, emociones en extremo macabras. Se mantiene firme con tragos, demasiado escasos, de disciplina y fe, y su mirada revela que hasta aquí ha venido a emborracharse de esta ultima.
Aguarda en el silencio rumiando las palabras a escoger en su plegaria, que bulle especialmente insondable.

Me asusta. Por él.
La lejanía en sus ojos hundidos, muestra indeleble de lo que esta sufriendo, y sin embargo es ese mismo abismo el que encoge cualesquiera fueran mis vacías replicas y mis cobardias.

No mira mi existencia, ni mi presencia. No esta aquí por mi, lo que en parte me alivia y parte me enerva. Mira el hueco, en la blancura, que destaca cuestionadole a la nada y detrás a todo mientras yo lucho contra mi mezquindad.
Escuchándole a él y no a la fachada del deber que se arropo desde aquel día.
Su voz es dolorosamente calma.

-¿Que le ocurrió a mi mujer.? ¿A mi... a Myla?

Su interrogante es mas ancho que sus palabras. Me doy cuenta de la gran carga con la que le brotan.

Mi boca se abre pero solo para enmarcar mi aliento.
Pontos ya posee la fuente de su propia respuesta mudada del lazo inmortal de sus dos almas entretejidas.
Es solo que ante esta vacuidad densa, mi vaciedad sin tapujos, la verdad de su amor reforja la consciencia por encima del pesar.
Cambia la tensión de su ceño cuando retoma el habla, una diferencia de presión en la etérea corriente de la promesa y la fe erigida sobre ella.

- Esta en Su regazo... Lejos del alcance de nuestros Adversarios - farfulla con un acento arrepentido por la duda y con el ultimo hilo de su voz añade conmovido. - Gracias.

Por primera y ultima vez veo llorar a Pontos Estigio con un verdadero llanto mas caro que su franca sonrisa.
Dos hilos solitarios surcan sus mejillas trémulas capturando el brillo de las brasas,
Empieza a marcharse y desaparecer y no puedo dejarle hacerlo sin mas y me odio por no ser lo suficientemente sabia para saber si debo hacerlo. Es una ilusión desfallecida de mi voz sin aliento la que le llega a través de la nada.

- Te Ama.

Apenas aun le veo, mezclado en la espesura de la oscuridad y sin embargo percibo el relámpago lento y cadencioso que acoge tiernamente en su alma.
No le da paz, obviado que el sufrimiento que derrenga su espíritu esta mas allá del poder de la curación de un par de palabras, pero si comprendo que caminan por la senda donde buscarlo. Palabras que no poseo ni engendro. Que no son mías.
Legitimación invocada de promesas intimas adolecidas, quizás, solo de mas lejanía pero nunca mas con capacidad de ser rotas.
Sus ojos se elevan por encima de mi y por un latido rebullen unión allá detrás antes de que su presencia sea un recuerdo desvanecido en las tinieblas y el misterio.
No sé si nunca mas lo volveré a ver. Es como si saboreara una despedida.

El silencio bulle de nuevo junto al crepitar eterno del brasero dando a luz nuevos vapores de la ofrenda de Pontos que se quema.
Sabe a bosque agridulce como viento entre cipreses y me envuelve acunándome.
Sentado sobre el terciopelo evoco lugares conocidos y remotos que impregnan mis imaginaciones hasta hacer pesados y difíciles de manejar los pensamientos.
Sigue una parte sin su encaje y el desajuste se tensa en mis sentimientos y en mis músculos.
Me enerva. Como un aullido. Pero no mio. No exactamente mio. Mio solo el eco.
Tal es el desasosiego que me sobresalto ante la voz desquiciada de mi sorpresiva visitante.

Su melena rubia se aleona por el descontrol de sus manos sin objetivo llenas solo de furia.
A flor de piel reconozco la Rabia templada bajo el fuego salvaje de la Gracia, con sus brotes adentrándose en el espíritu hacia la profundidad, similares a los de Anibal y también la misma duda sobre la voluntad de ausencia de freno, que por el orgullo, a mi viejo amor destroza.
No es orgullo, me doy cuenta, si no agravio lo que muestra y acusación lo que proyecta, una diferencia que no lo hace igualmente menos peligroso.

Líceo se retuerce en su propio lecho de carne incapaz de no destrozar su espíritu y su cuerpo, y lo que se le ponga por delante, con el deseo de golpear hasta dejar de sentir el dolor y su ceguera asume que no hay ninguna diferencia entre los enemigos y los enemigos, entre los mortales y los dioses.
La llama es tan salvaje que no se si aguantara la ordalía que se esta desencadenando en su interior. Es como una fiera encerrada en su conciencia luchando por no destrozar su jaula de humanidad.
Al final acaba desmadejada, a cuatro patas, mascullando sobre vocablos imposibles de entender excepto por uno que se repite una y otra vez: Tucides.

No es necesario conocer su idioma para obtener la compresión, aventurada por su agrio lenguaje corporal.
Pide una respuesta, necesita una respuesta, casi esta apunto de atreverse a exigirla de forma sacrílega y es fácil inquirir que es lo que la sacude por que es el misterio que se extiende a través de los vados de la existencia:

"Por que unos No y otros Si"

Sacude su mirada al frente y golpea el suelo con dolorosa pasión y tormento.
Aun así recita. Esta rezando al familiar recoveco deifico que la guarda detrás de la ceguera.
Su desaforo impulsa mi intencion de hablar, pero choca con la incapacidad de expresar la verdadera respuesta a su dolor, si mis propias emociones no son claras.
Las palabras se agolpan en mi garganta y no son las correctas y mi sabiduría es no dejarlas escapar.

Quedo alzada con las manos crispadas a mis costados pero muda.

Entonces el dilema y la ocasión se suavizan inspiradas en otro punto de atención.
La luz de una tea sucia se come el vacío armonioso de la oscuridad y su goteo se convierte en el único y estridente lamento liquido que queda.
La figura de un hombre desarrapado camina erráticamente a través de la estancia, recavando toda la concentración de la contrita furia de Liceo, despojándola por unos preciosos instantes de su dolor.
El hombre va sucio, ido y desaliñado mas allá de la dejadez y el decoro. El fuego le quema y arranca bocanadas de aroma de carne calcinada pero no genera ni siquiera una queda queja. Se consume desde la caótica locura que desborda su ojos. Me cuesta reconocerlo como lo que queda del chambelán de la corte de Leto Febe, pero no así a Líceo.

La violencia de su reacción fluye lentamente, y creo que es lo que al final le salva la vida a él y el Alma a ella.

El hombre esta mas que loco y su demencia devora la antigua hermosura de sus rasgos.
Estremecen sus ojos. Abisales y oscurecidos como el gañido hiriente de boca entreabierta.
Acumula sin embargo una chispa inconexa en su fondo. Tan exigente como la de Líceo antes pero invertida. Sigue siendo demanda pero de ayuda en vez de justicia. De perdón en vez de sentido de alguna locura.
Ha sufrido sus propios pasos erróneos y los patrones de su destino no juntan tanta misericordia como hubiese necesitado. Le han escupido detrás de los ojos a través del roce de Metis y esa neblina le inunda mientras intenta atisbar un instante en el que recuperar la posibilidad de aspirar a la vuelta de su gracia.
Gracia que en Líceo sacude la médula de su ser cosido, en un cruce sobre la comisura de los ojos, el flujo del bálsamo ciego que es la furia convertido en la compasión compelida desde su mas honda y mas alta existencia y esta compasión en deseo de salvaguarda de todos y cada uno de los Kuretes.

El hombre ahora unicamente ora sin voz, despellejando su alma y con esa muda palabra llega a Líceo y lo sostiene para encaminarle en la direccion aunque sin la certeza de alcanzar la recuperación que se sueña.
Aunque miran en mi no es a mi a quien están viendo.
Incluso yo mirando hacia el interior lo dudo.
Mis manos se abren. Esa astilla, dura y fría de dislocación.
No se apaga cuando la luz se va si no como un mal pliegue incomoda a mi alma. Pero no son por mi las lagrimas que me cubren de nuevo de oscuridad.
Exhausta, sin saberlo razón de por que, me acabo durmiendo.

El sueño es metálico como retumbe de trueno: seco, hueco, lejano.
Un brillo, en el que basta un soplido para desaparecer, en el que una versión tonta de mi misma, clama inconsistentes denuncias. El deje que timbra mi voz es el de la culpa y la vergüenza.

Me despierta el crujido de la madera al pivotar sobre bisagras y el paso cortes de una luz tejida por las aguas conduciendo el sol de invierno desde largos kilómetros.
Repletas de una timidez reverencial unas formas transponen un umbral pequeño y magro portando lamparas de luciérnagas o lo que en mi confuso paso desde la ensoñación me parece ver.
Faros diminutos que que pintan acuarelas de verde y amarillo sobre la gente congregada.

Gente dispar: Menuda, grande, anciana o irreverentemente infantil pero asustada.

Me cuesta parpadear y recupérame entre la memoria y los recuerdos.
Allí esta el muchacho desgarbado del puerto, con una resolución primeriza consolidándose y también el vehemente anciano que nos recibió, este mas cohibido y expectante mientras manosea con nervios un viejo y elegante sombreo. Pero hay mas muchas mas personas, mujeres, hombres y niños resemblantes con el chico y una pizpireta muchacha con la hermosura en unos ojos con parentesco con los del viejo.

La puerta se cierra y como un hecho de respeto la luz pasa de mano en mano al centro para que pueda iluminarlos a todos.

Con igual reverencia me alzo con las manos con gesto generoso y de bienvenida. Sin embargo convencida no vuelvo a hablar. Mi silencio me encauza en paz y siento que hay que escuchar.
Vale la pena hacer las cosas de la forma correcta.

El muchacho carraspea, aturdido por tener que ser precisamente el que tiene hablar, pero el manto casi imperceptible del apretón de las manos de la joven a su lado, le centra con las fuerzas necesarias para articular el parlamento que lucha por encontrar.

- Mi señora, no se si me recordara - empieza y mi sincero asentimiento lo afianza aun mas - Mi nombre es Brillo, señora. Ao Brillo y esta es mi familia - señala prestamente presentándome a los miembros de la comitiva - y la de maese Asterio
- A sus pies, Señora - masculla el hombre nervioso - esta es mi esposa Ilma y aquí con el joven brillo conocerá a mi nieta Lae, mi Señora.

El hombre se atreve a enfrentar una mirada inquieta con la difusa seguridad de a quien va dirigida aun apuntada en mi direccion. Lo cierto es que los gestos son azorados pero valientes en todos ellos, luchando con su propio temor cohibido.
El joven Brillo, elevado por el roce de una mano tierna entre sus dedos, es la voz en el grupo.
Parece igual pero distinto, en el aspecto en el que comparas a un niño con un hombre. Aquel encuentro fugaz de hace varios días ha trastocado en una ligera transformación física pero una impresionante mental y espiritualmente.
Seguro, reconozco una ordalía en su cambio y es intrigante que aun en la forja de un firme coraje resuena el titubeo, de largos latidos, en los labios, conmocionados por un reverencial respeto.

- Nunca Antes - dice - Nunca antes nos habíamos atrevido a... venir - su hilo de voz se desenreda de la garganta perfectamente claro en la oscuridad silenciosa - Las Vueltas son cosas de los Señores y su Aristoie.
Con vergüenza añade - Nos daban miedo.

Su mirada se alza sin que varíe la direccion de los ojos, de una manera tan natural que la que tiemblo reverencialmente soy yo.

Que los muertos regresan no encaja con normalidad en las mentes sensatas y, querer tener ese pensamiento alejado del orden natural de los Dioses que lo impulsan, es mas sensato aun. Esa verdad es la que interiormente me remuerde de incomodidad.

Por que a pesar de ello, sin embargo, están aquí y en el silencio que cruzan levantan una  pregunta.

- Pero la gente empezó a matarse media deslunada atrás y había Aristoie locos a los que no importaba a quien mataban o que mutilaban.

Un fondo de dolor, que azuza la rabia, llora detrás de su mirada pero se templa en la sencillez de una caricia casi escondida en la mano. Me reconozco pequeña y resguardo y escucho...escucho lo que tiene sonido y lo que no.

- Oh gran Madre, Yo me sentí...Me sentí...tan....- algo en todos brilla inflamado pero contenido - Pero...entonces apareció aquel Aristoi con la mirada verdaderamente repugnada de el genocidio y nos puso bajo su protección y peleo por nosotros y mato a los suyos por nosotros...con Sangre - su emoción esta en un lugar sagrado y se agita viva - Y nosotros también luchamos. Junto a Él. Por todos - su rostro se oscurece - La guerra no ... no...

Al final entorna los ojos en un punto sin secretos que junta las cabezas, los hombros, los sentimientos de los dos jóvenes que me enfrentan.

- Ha habido mucha sangre. Demasiada para contarla. Entonces parecía tan oscuro.

Lo es, como si mi universo se hubiera concentrado en apenas reducido a una ínfima luz.

- Cuando se supo la noticia...Había un regresado que no había sido bautizado por ninguno de los linajes de los Señores...Y nos preguntamos...Nos preguntamos si lo regado a tanto coste durante tanto tiempo...

El joven calla, por que ha agotado lo que puede vaciar y todos lo hacen con el y no sorprendentemente hay mas de dos docenas de ojos reflejando, entre lo oscuro, un brillo irracional que sin ningún destello los ilumina de forma fehaciente y veraz desde donde no puedo mirar.
El temor y el jubilo se unen en los creyentes.

Descubro el pánico de no encontrar la senda. Esa nota a la que ellos pertenecen y que se enfatiza en mi como ecos de un espejismo. Sin embargo me arroban con su silencio voraz y estridente y en él, el vacío ha desaparecido.
Distingo el paso del tiempo consumido pero en algún momento indefinido el peso de las miradas se reducen en numero y peso y finalmente el puente del joven Brillo y su soporte de espíritu Lae son los últimos en desvanecerse en el manto de Fe y efervescencia que me deja a Mi una chispa de cariño que suaviza el advenimiento de la total oscuridad reinante.

El punto de la fractura se me torna patente aun después del tiempo pasado. El tiempo no cura el pecado. Solo lo ha distraído y, simplemente con el roce devoto de verdaderas personas y su honesta simplificación de lo que representa, se rememora el espectro encarnado de lo que soy y que puede acostumbrarse a perderse en las sensaciones de la carne y al gusto de sus evocaciones y sus sentidos, pero sin embargo sin nunca ser real.
Puro artificio de Vanagloria y Engaño de la Voluntad jactándose de victoriosa sobre Todas las Cosas. Mentira.
No estoy viva. El fondo de la perfecta tiniebla me lo reitera otra vez mas. La punta de mi espíritu, mi alma alberga un conocimiento irreconocible que no poseía cuando me trajeron hasta este altar.Ha sido ese breve hálito que flota en la inconsistencia de mi entidad el que me recuerda el coagulado de solitarias gotas de las que solo tengo hueso y carne.


Me acurruco junto al brasero después de haber cubierto mis necesidades fisiológicas.
El yelmo de papel de Auristrata no se ve pero, con otra forma, lo percibo silueteado de juicio severo.
A veces atisbo que no hay mas que un velo a la verdad, que me niego a comprender, y que cuando me empeño en convencerme es que me estoy engañando y el vacío cree mas en si y me estremezco en su fuerza.
El tiempo se tambalea en su paso inexorable alejado de mis propios pensamiento y se impone sin una medida que pueda concretar.
Me arrodillo, sentada largo rato sobre mis talones, con las manos extendidas hacia los costados, imposible el dormir o tener un descanso. Dentro de mi, la revelacion quiere abrirse camino pero lento es su avance. La aceptación frente a la duda pierde contra la facilidad de negarlo todo y de abandonarse y de no luchar.
Estar muerta es mas sencillo. Mas seguro. Vivir es lo que revela una verdadera aniquilación.


No me he dado cuenta que mis ojos se han cerrado, y cuando por sorpresa vuelvo a abrirlo ella esta allí o no se han abierto en absoluto y alguien me habla desde dentro, inquisitiva bajo la luz plateada que se filtra para iluminar su rostro desde un sol lejano.
Los reflejos rojo sangre muerta se su cabello enmarcan demasiado unos rasgos pálidos, degradados desde la hermosura angelical a la mundana por el insondable rumor de la tensión interior.
Su mirada de ojos albos refulge como en Helia y por eso las grietas del asco que los visten se contemplan con tanta facilidad.

¿Que le revela a la mujer que me contempla después de tan largo rato?

Para cualquier observador incluso en la penumbra sus ropas oscuras la constriñen como una marca ominosa sin alivio.

Dos únicos tonos claros la adornan. La filigrana de oro blanco que corona su frente y ordena la caída de su cabello y el filo reluciente de la delgada espada que sujeta hirientemente entre sus manos, asfixiado por un férreo apriete entre manchones de sangre seca y sangre nueva.

No parpadea y me da la impresión que lo evita para no permitir el contagioso efecto del llanto.
Toda ella es regia y magnificente y surcada por brotes de rota inocencia, de forma semejante a la de Helia,  crecidos de la misma semilla.
Sujeta el arma como si no le fuera desconocida pero nunca hubiera esperado el haberla usado. Su gesto implora. Mi gesto lo reconoce.

Sin pensamiento ni intencion ya he dado un solo paso y descargado el peso de la espada de sus manos entonces una lagrima no puede mas y escapa de su reticente ama.

Pero ella no se da cuenta por que se decide a hablar mientras regreso al centro del cuadrado y hago desaparecer el brillo de la hoja entre el vuelo de mis ropajes extendidos como una sombra por el suelo.

- Mi futuro esposo me aconsejo que os visitara. Nunca lo creí tan juicioso - suena reluctante pero admirada - no os veía... quizás no os quería... Ese es pues mi pecado. Mi penitencia la habéis dispuesto con sabiduría sibilina - sus dedos se alargan hacia la corona pero no se atreve a tocarla. Hilillos rojos los recorren.
- Supongo que es aquí donde dejo a Eos junto al abismo y empieza su existencia la Regista de Thea.
Se arresta a marcharse hacia la oscuridad pero por un instante se detiene y tras mirarse las manos y luego las ofrece hacia el centro del templo.
- El agua no lavara su mancha - se ahoga en un susurro - ¿Verdad?.

Una fuente de misterios le da respuesta aunque el oído solo escuche silencio.


- Haces lo que debes y recibes lo que debes. Eso es justo y lo Acepto y por ello os ruego indulgencia cuando llegue mi juicio - inesperadamente enarca una mueca cómplice y marchándose añade, no reconozco exactamente para quien.
- Espero volver a vernos.

Su silueta se apaga en la oscuridad y no puedo discernir hacia donde por que se lleva su propio resplandor con ella.

Siento el frio en la piel del roce del acero y sin verlo es perceptible el roce de su muda corrupción  como una infección lenta que he aceptado. Una contaminación no de origen si no regada por el sacrílego acto de haber desperdiciado lo que esta doblemente regalado, no solo vida, sino divino hálito que le da sentido.
Lo sostengo en la manos y lo acerco al calor del fuego y aguanto, conmovida y asustada de la sutil impronta que me cuenta estas certezas si ninguna otra palabra que el roce, mientras las brasas lo purifican entre olores recargados.

Metis y su voz en el borde de lo terrorífico surgen poniendo expresión a mis pensamientos.

- Nos resume. La sangre fuera de las venas. Todo mal es pequeño o grande atentando premeditadamente contra el amor divino que alza la creación.
Cuando se vierte y se mata, la muerte no permite una vuelta atrás. 
Conjura una furia que ni siquiera se puede lavar con ceniza y magma. 
Y por si por desgracia aun eres capaz de sentir culpa, ella te es eterna.

No sé como viene, pero su voz me evoca gritos en oleadas lejanas que inconscientemente me hacen cerrar la manos sobre el metal. El lacerante dolor de la piel cortada y abrasada me recuerda el bálsamo que añoro y aunque el instinto me pide que suelte al agresor, el deber me exige mantener aferrada al arma.

Podía ser Metis, volviendo a jugar con las consecuencias de su espíritu sin limites, pero comprendo mas bien que soy yo la que recuerda, la que decide, la que se expresa. Busco una respuesta en mi cabeza y mi pecho y solo estoy esperando a que alguien enarbole las preguntas. Y no tardaran, estoy extrañamente segura.
Sin embargo, antes de oír a Metis, es mi sino y mi necesidad por fin en la oscuridad y su unicidad verla en toda su magnitud finalmente .

- Kebren esta vivo -  dice un susurro aserrado.
- Le han estropeado la linea del brazo y el rostro con un tajo feo pero gracias al Anterior a Todo que no lo han tullido - su pausa carga la atmósfera - odio la cicatrices...

No grita, ni se emociona, ni saca a relucir una gota de la intensidad y vida que le he conocido. No esta vacía, pero por apenas unos miseros restos de humanidad y asusta lo que el tiempo puede condenar un alma y ese horror surca hasta los oídos a mi alrededor que la escuchan.
Una audiencia sutil e invisible hasta que la rotura los sacude y vuelve a su atención sobre la humanidad.

- No puedo elegir mi destino pero sin embargo tu... Bueno después de todo lo eterno que he desesperado ahora si somos iguales.

Me anega su sollozo limpio y profundo como un cuchillo, real llanto.

-Auxilíanos ...Ayúdanos a sostener el mundo.

El eco de sus palabras se mantiene y repite entre la etérea caída de la oscuridad.
Aquí están los dedos que la mantienen de pie y cuerda sobre el apoyo de su Fe tan madura, sincera y convencida como maltratada, sacudida y constantemente a prueba.
Cree. Incluso en mi. Esperanzada de que acepte ser parte de la eternidad de la forma correcta.
El ansia arranca el aliento de mi cuerpo, con la intencion incoherente de decirle algo que no se tiene la fuerza suficiente para definirse en voz.
Todos ellos...Todos ellos rebosan la comprensión del corazón en sus voces. ¿Y Yo?.
Metis ralla el aire con una oración que se desvanece con cada palabra mas etérea. 

"Y aquellos que mantienen tres veces su juramento, 
Conservando sus almas limpias y puras,
Jamás dejarán que sus corazones
sean manchados por el mal y la injusticia 
y la venalidad brutal."

Yo no puedo conocerte, por que lo que había en ti que he vivido se encuentra en otra parte, pero si puedo recordarte tu sentencia.

''La verdad es singular y sólo necesita de una palabra, mientras que 'mentiras' es un término en plural y son palabras, palabras, palabras…''

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